La madera gallega, imagen y aroma de un paisaje.

15 de Abril do 2022
cesto carral

Roble, castaño, sauce, faia, acacia… no son estos solo nombres de especies presentes en nuestros paisajes, algunas con más fortuna y aprecio que otras, sino que además constituyen -o constituyeron- un bien imprescindible para el desarrollo de la industria maderera del país en diferentes ámbitos. 

Que Galicia es el resultado de una convivencia fantástica entre mar y bosque, azul y verde, costa e interior no es sorpresa y es precisamente de esa parte interior de la que provenían principalmente las materias primas usadas para los toneles, las cubas, los mangos de las herramientas, los cestos culeiros, las vigas de los lagares, etc.  Sin duda, una de las preguntas más frecuentes por parte de las personas que nos visitan es, “¿de que está hecho este tonel? ¿y este cesto? ¿y este huso?”. Son diversos los objetos de la colección permanente del Museo del Vino realizados a base de madera y la respuesta varía en función del sujeto. La propia evolución de los lugares nos permite comprender cómo se va descartando el uso de ciertos materiales o la desaparición de oficios como los cesteros o los toneleros, muy bien estudiados en nuestra tierra pero languidecidos en el tiempo. 

El castaño, una de nuestras especies más preciadas y sin duda mejor rentabilizadas, tanto nos vale su madera como su fruto, se usaba tradicionalmente para toneles que transportarían los vinos gallegos al otro lado de las fronteras y para el almacenaje de los vinos que se vendían a granel. Pero a día de hoy esta madera, que sí sigue superando fronteras, ya no lo hace con nuestros vinos, sino como principal madera importada por Irlanda para sus whiskys. Esto se debe principalmente a que oficios como el de tonelero o cubero escasean en Galicia y porque la industrialización de los trabajos del campo y la producción en cadena de las herramientas hace que estas sean importadas y no se le dé uso a nuestra madera para una hoz, un podón, una cuchilla, etc. Esa es la principal consecuencia de que nuestras maderas viajen fuera de nuestras fronteras, por ejemplo a la Isla Esmeralda, donde valoran la elevada presencia de taninos de las maderas de castaño gallegas y asturianas.

En el caso del roble, su uso estaba profundamente vinculado a la vinificación y para ser más específicos según Manuel Almuíña era más fácil de trabajar la carballa (roble hembra que tiene menos nudos), según recoge Víctor Manuel Castro en el segundo tomo de la Colección Vitivinícola dirigida por Xosé Carlos Sierra. En contra del efecto que buscan los irlandeses, Almuíña ponía la madera en remojo para eliminarle los taninos e incluso usaba la madera para los arcos si las piezas iban a ser destinadas al vinagre, ya que el hierro, según se creía, se deterioraba con la acidez de aquel. Sobre Almuíña y su forma de trabajar tiene el Museo del Vino un documento audiovisual que permite ver la técnica de este último tonelero del Ribeiro.

Otras maderas empleadas en Galicia para la producción de toneles eran la faia, el laurel o el brezo, y su demanda dependía más de la localización geográfica, en función a especies con mayor o menor presencia en la zona empleándolas además de para los toneles para las empuñaduras de la herramienta o los cepillos de carpintero.

La relación con la madera viene condicionada por diferentes factores, a veces pensamos solo en madera si vemos una cuba o un tonel, pero los cestos, las estacas de las viñas, los mulidos o los barcales, entre otras piezas vinculadas a la vitivinicultura, también hacen uso de este recurso natural que habita y da color y olor a la configuración de nuestro paisaje. Solo se trata de poner a la madera de nuevo en el centro, cuidar nuestros montes y recuperar la memoria y la biografía de cada objeto que nos rodea.