Dom Pérignon y el auge del corcho.

20 de Marzo do 2022
El auge del corcho.

El cierre de recipientes de vidrio mediante tapón de corcho no es un hecho tan reciente como pensamos. El corcho se conocía desde la antigüedad, una época en la que llamaba la atención por su poder aislante y como uno de los materiales más adecuados para el cierre de recipientes como las ánforas (Horacio, Odas, III, 8.10), pero con el paso del tiempo cayó en desuso ante la errónea creencia de que dejaba pasar el aire, un defecto posiblemente obtenido debido a la baja calidad por su pronta recolección del roble. Debido a esto se pasaría al cierre de barricas, cántaras y ánforas mediante cera, arcilla, o tacos de madera y telas empapados en aceite.

El protagonista de estos párrafos es un reconocido monje benedictino de la abadía de Hartvillers, en la región de Champaña. Hablamos de Dom Pierre Pérignon, hombre nacido en el 1638 en Sainte-Menehould (Marne) en el seno de una familia burguesa. Gracias a su alta capacidad de gestión y de organización fue nombrado alrededor de los años setenta de su siglo como tesorero y administrador de la bodega de esta abadía, un edificio dedicado por entero a la producción de vino en sus apenas diez hectáreas de viñedos.

Con la introducción de la botella de cristal surge un nuevo problema, que no era otro que el cierre del recipiente. La tradición y la historia atribuyen a este hombre el impulso del tapón de corcho como el cierre más innovador y eficaz para las botellas que acogían el vino, hasta el punto de consolidarse su empleo a partir del siglo XVII.

Son varias las leyendas que giran en torno a Dom Pérignon y el corcho. Una de ellas cuenta que un día unos viajeros españoles pasaron por su abadía llevando con ellos unos cántaros sellados con un trozo de corcho. Este abad se interesó por este novedoso material y lo introdujo como cierre para sus botellas. Otra leyenda asegura que Dom Pérignon había descubierto la existencia del corcho en uno de sus viajes a España cuando se hospedó en el monasterio de Sant Feliu de Guíxols, en Girona.

El encaje entre el propio material y el cuello de la botella se trataba de una cuestión de lo más compleja, sobre todo sabiendo que el recipiente exigía un cierre con la mayor estanqueidad posible. Por suerte, el corcho tiene una gran cantidad de favorecedoras propiedades. Es un material natural, ecológico y renovable procedente del alcornoque, un árbol muy frecuente en España y en Portugal. Entre sus ventajas encontramos su gran elasticidad e impermeabilidad frente a los líquidos, lo que lo convierte en un material idóneo, pero también es permeable frente a los gases y flexible dependiendo del estado de humedad en el que se encuentre el corcho, por lo que el empleo del tapón de corcho asegura una gran adherencia y adaptabilidad al cuello de vidrio.

Por otra parte, uno de los principales problemas encontrados es su elevado coste, por lo que en la actualidad se buscaron otras alternativas mediante cierres artificiales elaborados con materiales sintéticos, cierres de silicona, tapones de aglomerado, otros metálicos de rosca o los multipiezas que poseen extremos de corcho natural e interior a base de conglomerado, y de los que ya os hablamos en anteriores entradas de este mismo blog.